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ENTREVISTA • Las ostras

“Una novela es como un árbol”

Revista Ciudad X (Córdoba), Nº 23, mayo de 2012.

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Una de las novedades editoriales del año es la novela Las ostras, de Martín Cristal. Aquí adelantamos un fragmento del libro y una breve entrevista con su autor.

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MARTIN-CRISTAL-Las-ostras-(2012)-800pxNo apartado ni fuera del mundo, pero en silencio, Martín Cristal fue construyendo una obra narrativa con rasgos personales. En una época y en una ciudad donde se impone el realismo y donde cualquier referencia literaria es sospechada de académica, consiguió combinar en dosis justas la vitalidad de la experiencia con una variedad de alusiones que van desde la obra de Jorge Luis Borges a la cultura de masas.

Cristal ha publicado parte de su obra en la Argentina y parte en México. Tiene tres libros de cuentos (Las alas de un pez espada, Manual de evasiones imposibles y Mapamundi) y dos novelas (Bares vacíos y La casa del admirador) a las que ahora viene a sumarse Las ostras.

–¿Por qué titulaste Las ostras a tu novela?

–Eso surgió de un párrafo que encontré en un antiguo libro de divulgación científica, Los misterios del mar. Habla de las ostras, pero sin rigurosidad en su lenguaje científico: describe sus vidas en términos humanos (rica falencia sobre la que ya reflexionaba Cortázar en Un tal Lucas). Éste y otros fragmentos sobre distintos animales marinos me sugirieron los rasgos humanos para mis personajes. El párrafo sobre las ostras es el epígrafe inicial de la novela; entre sus capítulos, como separadores, se intercalan otras citas del mismo libro.

–Contás varias historias paralelas que coinciden en algún punto, ¿cuál fue el mayor desafío de la trama?

–El desafío fue precisamente evitar que la estructura cayera en ese lugar común que el cine nos ha enseñado a esperar de la forma “historias cruzadas”, a saber: que en algún momento esas historias confluirán en un único punto (tipo el choque de autos en Amores perros). El lector promedio ya reconoce esa solución en forma de asterisco. Yo le propongo otra forma: la espiral, o la ronda (al modo de la obra homónima de Schnitzler). Diferenciar bien a los siete narradores también fue bastante complejo de hacer.

–Si tuvieras que mirarte desde afuera, ¿serías capaz de decir qué novedad o qué diferencias traen tus ficciones a la narrativa argentina?

–Eso le corresponde a los lectores. Querer “ser original” se revela estéril a medida que uno aumenta el caudal de lecturas. Me permito, sí, algunos experimentos en pos de lograr que forma y contenido se vuelvan indisolubles. Hay que buscar esa consustancialidad, pero —más allá del resultado— lo importante es que la historia sea personal: hallar eso que debo narrar yo, algo que, por alguna razón íntima, yo sienta que me concierne. Esa motivación humana, próxima, deja a las aspiraciones del mero escritor en un borroso segundo plano. No es aportar “diferencias o novedades” lo que me moviliza. Si eso sucede, bien; si no, lo central sigue siendo que la historia que cuente sea la que yo tengo que contar. Incluso todo juicio estético posterior se subordina a esa necesidad primaria.

–Cuando escribís novelas, ¿qué te preocupa más, la construcción, los personajes o el estilo? ¿Qué te plantea problemas más arduos?

–Más que preocuparme, me ocupo: de todo, de una cosa por vez. La novela es como un árbol. Si arrancás mal, lo más difícil de corregir es la estructura: pasado cierto tiempo, un tronco torcido es imposible de enderezar. Es bueno que los personajes se te vayan un poco por las ramas, que hagan la suya; total, eso se puede podar más tarde. El estilo son hojas, flores, frutos: una fuerza de la naturaleza. Sí, puedo guiar mis preferencias, pero las recurrencias son incontrolables. Así que lo dejo fluir, me amigo con él, confío en sus cambios estacionales. Problema arduo: en este caso, el de integrar esta novela en una futura tetralogía, cuya segunda entrega ya estoy trabajando. ♦