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ENTREVISTA • Manual de evasiones imposibles

El lector que se volvió escritor

—por Karla Zanabria—

El Financiero (México DF), sección cultural; viernes 7 de marzo de 2003.

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Como muchos otros escritores jóvenes, Martín Cristal ha forjado su vocación literaria a fuerza de gusto. A sus 30 años ha desarrollado, a partir de su afición por la lectura, el oficio suficiente para escribir su tercer libro: Manual de evasiones imposibles (Colibrí). El volumen contiene 14 cuentos, “el primero de ellos escrito en 1997, cuando aún vivía en Buenos Aires; y el último en 2000, ya en México”, dice en entrevista.

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MARTIN-CRISTAL-Manual-de-evasiones-imposibles-(2002)-800pxFueron narraciones que iba creando esporádicamente y que, en determinado momento, se multiplicaron hasta que pidieron ser un libro”, explica Martín Cristal.

—¿Fue difícil seleccionar los cuentos?

—Algunos no venían al caso porque eran demasiado diferentes al resto. Los fui eliminando por temática, inconformidad con el resultado o por tener recursos formales distintos. Quedaron estos 14 cuentos, los cuales, en principio, parecían disímiles, aunque luego resultaron con un factor común; sin embargo eso no lo supe hasta que decidí el título del libro.

—En él habla de la evasión como tema.

—Como tema general está tomada en un rango muy amplio: desde un extremo donde podemos hablar de la evasión llana y literal, que es la huida, hasta evasiones más sutiles, que serían de corte psicológico y fantástico.

Si me preguntas por el factor común a estas evasiones, diría que me refiero a la evasión como una manera de no enfrentar un problema. A la gran mayoría de los personajes les ocurre que esa evasión no los ayuda en nada; es un camino que finalmente los lleva a enfrentar esa situación de la que huyen… Entonces ya nos topamos con la idea de lo imposible que es evadirse.

—Así se justifica el manejo de dos o más planos narrativos, ¿no?

—Ése no es un recurso nuevo, ni creo que esté en todos los cuentos. Fue un recurso que surgió inconscientemente. Si le ha llamado la atención quizá sea por curiosidad personal, pero no ha sido un objetivo preconcebido. En todo caso, me ha servido bien para ciertos juegos.

—¿Por ejemplo?

—Mezclar el hecho real y el hecho potencial para que al lector le resulte placentero mirar primero lo real, y luego lo potencial. Ése es un tipo de juego, no es que tenga al lector como mi juguete. Mi interés, en algunos relatos, era abordar el hecho narrado mientras está siendo escrito; y, aparte, la cotidianidad del ambiente en el que está escribiendo el narrador.

—Dos cuentos hablan específicamente de cómo lo cotidiano “secuestra” la tarea del escritor.

—Cuando tengo disposición mental para escribir, y dispongo de tiempo libre durante mi horario laboral, escribo. A veces tengo el tiempo, me siento, no sale nada. Otras, en cambio, no tengo el tiempo, pero en un boleto de Metro anoto tres palabras que son el argumento de una novela. Es lo que narra un poema de Bukowski; es sobre un tipo que se alegra de haber vendido todo, de tener un departamento de poca madre, con un ventanal, y de tener aire, tiempo, luz y espacio para escribir. Entonces Bukowski cierra las comillas y, en la siguiente estrofa, dice más o menos: no, nene, vas a escribir trabajando en una mina de carbón ocho horas al día, con los niños y el gato trepándosete por la espalda, porque aire, espacio, luz y tiempo sólo te proveerán de nuevas excusas para no escribir. Si uno quisiera aligerar la vida para dedicarse sólo a escribir, siempre habría otra excusa para no hacerlo. Escribir es una cuestión de gusto, me divierto haciéndolo. Eso me reditúa, es mi recompensa.

—¿Nada más?

—Más que ser un cuentista, me gustaría llegar a ser un buen narrador. Lo que me gusta no es [sólo] el cuento, también me gusta la novela. Disfruto la narrativa tanto desde el lado del que narra, como del lado del lector. Gracias a ese disfrute llegó mi inquietud por escribir cuentos.

—¿Es absolutamente escritor autodidacta?

—Desde el momento en que decidí empezar a escribir trabajé en mi propia instrucción. Primero lo básico: ortografía y gramática; luego estilo y estructura narrativa. Y esto fue siempre por mi cuenta. Tomé el gusto como lector. Tengo dos niveles de lectura: la primera por placer y, la segunda, para los libros que realmente me gustan. Esa relectura es casi quirúrgica, de esas que son como abrirle la panza al sapo para ver cómo es por dentro.

—¿Relee sus libros?

—Fuera del proceso de corrección, no. Una vez publicado, no los vuelvo a leer. Desde que salió este libro, no he vuelto a revisarlo. Hoy algunos dirán que es buen libro, otros no, pero yo tengo que estar inventando otros asuntos. No soy la persona que empezó a escribir estos cuentos; releerlos sería volver atrás…

—Algunos se avergüenzan de sus primeros libros.

—No es que me parezcan malos, pero me hace bien seguir construyendo el camino. Además, todas las sorpresas que podría tener el libro para un lector que las lee por primera vez, para mí no existen.

—Cuando no está tan dispuesto a escribir, ¿recurre a leer sus libros de cabecera?

—En general no leo para buscar motivación. Hay un cuento en el último libro de Cortázar cuyo nombre no recuerdo, pero el tipo se pregunta por qué no sentarse a escuchar un disco, o leer un buen libro. Es mejor leer un libro de otro autor, que ya está escrito, a empeñarse en vomitar un libro más al mundo. Creo que si recurriera al método de agarrar un libro para inspirarme, me quedaría leyendo y ya no escribiría más. ♦