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PRESENTACIÓN

Bares vacíos

—por Bernardo Ruiz—

Feria Internacional del Libro, Palacio de Minería. Distrito Federal, México; marzo de 2001.

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MARTIN-CRISTAL-Bares-vacios-(2001)-800pxHay una escena en Sunset Boulevard, un musical de Andrew Lloyd Webber que evoco: la historia cuenta cómo se construye una historia, que será en el fondo la que se narre en escena: un escritor y una estudiante de guión discuten en su segundo encuentro cómo desarrollar un libreto para una película.

El argumento que trabajan, precisamente, consiste en cómo se conocen un par de jóvenes y las peripecias que los llegan a unir.

Una de las respuestas lapidarias de Joe a Betty, quien le pide escriban algo distinto, algo real, verdadero, dice:

—¿Quién quiere verdad? ¿Quién quiere algo diferente? Los cambios significan morir de hambre. La verdad, agujeros en los zapatos.

Adentrarse en Bares vacíos, novela de Martín Cristal, tiene como principio aquella solicitud de la joven guionista: Cristal parte de una búsqueda de la verdad y de la exigencia de un cambio. Para resolver las preguntas fundamentales de su vida Manuel deja su país, y decide viajar desde la Argentina hasta donde llegue, con un solo límite: el fin de la frontera latinoamericana.

El joven aventurero inicia su jornada, vive en Ecuador una breve relación con una aeromoza, y tras una peregrinación de la que conocemos algunos atisbos a lo largo de la historia, llega a una ciudad desconocida, la capital de la República Mexicana. Sin demasiados contratiempos, y para su fortuna, encuentra hospedaje y poco después trabajo en un bar, el Vampire, una puerta al infierno y al conocimiento: el territorio de la iniciación de Manuel.

No me detendré en la relación de las tribulaciones y triunfos de Manuel, ni en el desarrollo y desenlace de esta novela apasionante. Me interesa subrayar algunos de los numerosos aciertos de este libro que muestra con amplitud el excelente oficio y la maestría de Martín Cristal.

Siempre ha sido importante la visión y distancia con que autores formados en otras culturas distinguen los modos de ser y de vivir de los mexicanos. Nuestra literatura se ha enriquecido a lo largo de su historia con obras como La vida en México de la marquesa Calderón de la Barca, La serpiente emplumada de Lawrence, Caminos sin ley o El poder y la gloria de Green, o Bajo el volcán de Lowry.

Cada uno de estos volúmenes ha marcado la forma que tenemos los mexicanos de sabernos y de reconocernos. Más allá de la polémica que los textos de sociología propician, como ocurrió con Oscar Lewis y sus estudios respecto a nuestras miserias (Los hijos de Sánchez), por ejemplo, la literatura permite que un personaje pueda establecer un estilo de vida, lazos afectivos y distancias, así como reaccionar a las peculiaridades de los espacios y costumbres que se descubren contrastantes siempre y que —vistos desde los ojos de otro— a su vez nos sorprenden.

Los medios, los mundos plurales que la globalización busca unificar, y el contacto informático parecieran buscar conformar a la humanidad en una maleable masa donde están desterradas supuestas minucias que hacen diverso al mundo.

Manuel, el protagonista de Bares vacíos, es un rostro preciso e identificable que sabe diferenciarse y adaptarse, lo que no implica renunciar a esas maneras que en su diferencia confirman la individualidad que marca toda raíz y toda perspectiva. Así, a partir del lenguaje mismo, Manuel sabe que puede vivir en una ciudad como la Ciudad de México y sumergirse en su torbellino con la sabiduría necesaria para no diluirse —perderse— jamás.

Su estilo de supervivencia, sus comportamientos —se descubre— provienen de un orden que le permite hacerse apto para no dejarse anular ni destruir y —tras el giro propio de las circunstancias en su turno salir victorioso por encima de la adversidad. Por esta vía, Manuel cambia, descubre la verdad.

Bares vacíos tiene la categoría de la novela de iniciación: es el proceso y cumplimiento exigido por toda sociedad humana para el tránsito de la mera juventud y diferencia sexual a la madurez y la virilidad…” Bernardo RuizEn tal medida, Bares vacíos tiene la categoría de la novela de iniciación: es el proceso y cumplimiento exigido por toda sociedad humana para el tránsito de la mera juventud y diferencia sexual a la madurez y la virilidad, concebidas éstas como las definieron los latinos: convertirse en un hombre es más que un proceso hormonal: es la capacidad de aprovechar la libertad y el albedrío para alcanzar los supremos bienes. No dejarse vencer.

Martín Cristal con éxito ha conseguido vislumbrar esta forma de la sabiduría y la ha enriquecido con una visión llena de matices de los personajes que se enfrentan en su novela: ha cuidado que su historia esté poblada por seres entrañables como Jericó y don Luis, y contrastantes como Yenny y Bárbara, Julio César o Tony.

Sin embargo, los personajes, como las personas, necesitan espacios habitables y lugares y paisajes, climas y vegetación, animales, bebidas y alimentos que los mantengan en contacto con su realidad. Bares vacíos posee estos bienes, la sobriedad femenina de la casa de Cora, las calles y avenidas de una ciudad con la que nos familiarizamos, los monumentos y cruces de carreteras y autopistas, la detalladísima descripción de las bebidas que intitula a cada capítulo, que colorea las circunstancias, las crudas y/o resacas de algunos amaneceres, la urgente necesidad de un comercio y de un preservativo, las tardes de cine, las mañanas amorosas, las rupturas y las amenazas, los peligros y los miedos, la cara de la muerte, la navaja de la drogadicción, el mar y el desierto, nuestras miserias y esplendores poseen en Bares vacíos orden y concierto.

Qué mejor lugar en el mundo que un libro al que se puede siempre volver, sería mi final opinión. Porque Bares vacíos es eso, un lugar al que siempre regresaré con cariño y fervor para reconocer la sonrisa y el guiño cómplice de esa especial eternidad que poseen los buenos libros. Finalmente, felicito a Martín Cristal, un poderoso narrador que ha sabido cambiar su vida y descubrir la verdad con el beso de la gran literatura. ♦