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PRESENTACIÓN

Las alas de un pez espada

—por Rodolfo Sarsfield—

Centro Cultural España-Córdoba. Córdoba, Argentina, junio de 1998.

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El espacio de Einstein no está más cerca de la realidad que el cielo de Van Gogh. La gloria de la ciencia no estriba en una verdad más absoluta que la verdad de Bach o Tolstoi sino que está en el acto de la creación misma. Con sus descubrimientos, el hombre de ciencia impone su propio orden al caos, así como el compositor o el pintor imponen el suyo: un orden que siempre se refiere a aspectos limitados de la realidad y se basa en el marco de referencia del observador, marco que difiere de un período a otro, así como un desnudo de Rembrandt difiere de un desnudo de Manet.

ARTHUR KOESTLER

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MARTIN-CRISTAL-Las-alas-de-un-pez-espada-(1997)-800pxDos parecen ser las trazas, los recorridos —paradójicos, contradictorios— a través de los cuales Martín Cristal intenta hacernos transitar. Por un lado, y desde los límites o bordes del universo, aproximarnos a una intuición esencial: el mundo está lejos de ser eso que llamamos “realidad”. Por el otro, esta vez desde los confines de eso que podríamos llamar “lo humano”, invitarnos a contemplar, exhaustos, los matices más finos, más invisibles —y muchas veces (demasiadas), frágiles y trágicos— de la existencia de los hombres, conduciéndonos a los intersticios de lo que Hannah Arendt denominaría “condición humana”.

Respetando aquello que Bordieu plantea en relación a su pregunta sobre qué es hacer hablar a un autor, con la necesaria aclaración de que siempre se trata sólo de una lectura, en este caso, mi lectura, la idea es realizar un breve comentario sobre este delicioso nacer de una obra y un obrador.

A lo largo de aquel hilo conductor originario y como presagio de lo que Sabato afirma en relación a que el título es la metáfora esencial de un libro, Las alas de un pez espada discurre por convincentes relatos en los que trasunta la sospecha —aproximándonos sugerentemente a lo que las estéticas vanguardistas ya habían denunciado— de que no habría verdad y sí sólo perspectivas. O peor: lo que definimos como “la existencia” consistiría en el deambular por unos muy diferentes y antagónicos planos a través de los cuales el orden da paso al caos, el tiempo y el espacio se transforman tan sólo en una ficción, sueño y realidad se superponen y confunden. La conjetura surrealista renace, dando lugar a los abismos que Poe dibujó: lo imposible, lo improbable aparece por doquier. El mundo es sólo azar.

En este universo Galileo y Newton están equivocados, el cosmos no está constituido en términos geométricos, ni Dios es el matemático maestro. Lo aleatorio atraviesa los destinos…”Rodolfo SarsfieldEn este universo Galileo y Newton están equivocados, el cosmos no está constituido en términos geométricos, ni Dios es el matemático maestro. Lo aleatorio atraviesa los destinos como si todo se tratase —y dependiese— de una partida de “Póker” o del golpe original sobre los “Espacios verdes” de una mesa de billar. La fatalidad o la fortuna llegan y se cumplen sólo por ser esperadas (y a veces al mismo tiempo). Aquí, Dios sí juega a los dados. O quizás sólo ocurra que —como creía Bernard Shaw— God is in the making.

Paisajes y metamorfosis kafkianas amenazan la existencia. Como un “Ligero malestar” (o no tan ligero), el mundo se constituirá sólo por hormigas. O unos viejos y gastados anteojos permitirán ver el porvenir —y otras cosas—, incendiando la confianza en los sentidos, enloqueciendo a un “Caóptico” e inocente personaje.

Como un segundo sendero que atraviesa la compleja condición de un discurso que se interroga por los hombres y su condición, la hibridez y dualidad del texto nos lleva a otros lugares más mundanos y más cercanos. En el centro del recorrido, emergen ángeles y demonios shakespearianos, que nos conducen a través de los más diversos fantasmas y oscuridades: la traición, la ira, la codicia, la envidia…

Las máscaras humanas, el dolor de los abandonos, las náuseas, la soledad acompañada de a dos y de las grandes ciudades… O también: los designios, las trampas y las bondades de un destino; el presentimiento de transformarse en algo (en alguien) aunque no se quiera ni deba; las muertes buscadas, elegidas, para ya no seguir muriendo, constituirán el telón de fondo habitual en la incursión de los cuentos por el “mundo humano”.

Los tiempos, las historias, los infiernos urbanos pintados en los mensajes de un contestador automático darán el “Bienvenido a casa, Roberto”, mientras que sólo las notas de un “Blues de la solitaria” podrán contarnos los sabores y colores de la noche y la soledad; la infidelidad en un “Garage”, o en un hotel deviene en venganza y muerte, pues son “Tres y el fuego”; los enemigos interiores, los monstruos que acechan, los atajos y las limitaciones de la libertad, los desvaríos y dolores del alma, los aburrimientos y la rutina sobre los que ya nos advirtiera Kierkegaard…

En momentos claves la travesía nos llevará a lugares más altos, haciéndonos incursionar por aquellas preguntas esenciales. Aquí aparecerá una dimensión religiosa —en la acepción de re-ligar— que intenta dar respuestas a interrogantes que preguntan sobre el sentido del dolor, de la ausencia, de la muerte. El planteo oscilará entre el judaísmo que impregna el relato de una concepción de un Dios sabio y bondadoso, cuya voluntad se nos muestra muchas veces cabalística, laberíntica y misteriosa a las recriminaciones —tan básicas pero a la vez tan fundamentales— a Aquél que ha otorgado a los hombres un eros y también la prohibición, con un ethos

De esta manera, Martín Cristal y Las alas de un pez espada nos invitan al no siempre fácil camino de la reflexión. A rever y repensar algunas preguntas y cuestiones que —en medio de la vorágine cotidiana— obviamos y olvidamos, corriendo el peligro más grave de todos: el de olvidarnos de nosotros mismos. ♦