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PRESENTACIÓN

Mil surcos

—por Pablo Dema—

Espacio cultural La Tintorería Japonesa, Río Cuarto, Argentina, 21 de noviembre de 2014.

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MARTIN-CRISTAL-Mil-surcos-(2014)-800pxMe tocó estar en la presentación de la anterior novela de Martín en Córdoba en el 2012. Como el autor ha informado, esa novela, Las ostras, y la que presentamos hoy, Mil surcos, forman parte de una tetralogía; pero como el mismo Martín dijo las novelas se pueden leer de manera independiente. Se da la paradoja de que son perfectamente cerradas y autosuficientes pero a la vez, si se las pone en relación de contigüidad, están perfectamente engarzadas una con la otra. De hecho, cronológicamente Mil surcos, después de presentarnos una primera escena situada en 1918 en Rusia, retoma una línea argumental casi en el mismo punto en el que quedó al final de Las ostras. Allí, Perla, una joven estudiante de medicina que socorrió unos días atrás a un anciano vecino japonés, ahora toma un respiro en medio de un período de estudio, sale a dar un paseo, se interesa por la salud del anciano y luego va de visita a la casa de su madre, con quien comparte el almuerzo y la tarde junto a su hermano Ariel. Esta situación que transcurre en un tiempo cercano al presente (año 2004) está desplegada en fragmentos a lo largo de toda la novela e interrumpida por distintas escenas de historias desarrolladas en distintos espacios y tiempos. A saber: la historia de una familia de judíos rusos que arranca en 1918 con el episodio de un soldado famélico de 17 años; la historia de una familia de japoneses residentes en Perú que se inicia poco antes del incidente de Pearl Harbor en 1941; la historia de una joven (Celia Bensignor) residente en Córdoba, hija de un judío emigrado de Marruecos, que inicia en 1945 cuando ella conoce a su futuro marido. Al principio, se trata de historias que corren paralelas como los surcos en el campo, historias que la voz narrativa suspende para volver a la situación central en la que Perla conversa, primero con una vecina que cuida al anciano japonés y le muestra unos dibujos hechos por él, y después, con su hermano y su madre mientras miran fotos viejas de su padre. Los dibujos del anciano japonés se mencionan pero también los vemos, se trata de personas y objetos que cifran la historia del hombre y su familia: el retrato de su mujer, un tablero de go, un cuenco de arroz, un sobre de cartas, un barco. A las fotos que Perla mira con su madre y su hermano no las vemos pero sí se las describe con cierto detalle o, en algunos casos, nos damos cuenta que remiten a distintas situaciones de las demás historias paralelas a las que hemos estado asistiendo como lectores. Así, «vemos» estas estampas del pasado como si hojeáramos un álbum y hacemos memoria junto a los personajes contemporáneos a la vez que «vivimos» vicariamente las circunstancias que las fotos captaron en el pasado.

A medida que las historias paralelas van avanzando los hilos de la trama comienzan a cruzarse dando lugar a un calibrado movimiento de convergencia; todo confluye en una situación, en un personaje, en un nombre y en una voz que es un verdadero centro argumental y emocional. Acuérdense de esto que les digo cuando al leer sientan un nudo en la garganta y se les humedezcan los lagrimales.

Las historias que se cuentan focalizan en un personaje pero son más bien, como señalé, historias de familias disgregadas y reconstituidas. Por un lado, la diáspora, el exilio, el derrotero penoso del emigrado, la pérdida de los vínculos y la identidad amenazada; por otro, la recreación de lazos familiares y la refundación de proyectos de vida en Argentina, en la ciudad de Córdoba más precisamente. La peculiaridad de cada historia, su singularidad irreductible, no nos impide darnos cuenta de que esos periplos dolorosos son ciertamente un modelo repetido y visto una y otra vez en la vida y en la literatura, modelo acuñado por un siglo de guerras y calamidades de todo tipo. En un momento de la novela, un comerciante maduro y próspero, ya de vuelta de todo después de haber perdido su patria y su lengua para reinventarse en nuestro país, reflexiona en el cine sobre su película favorita, que es Doctor Zhivago. Dice el narrador: «Esa película le permitió entender mejor cómo había sido la vida de su esposa en Moscú, durante la revolución. Al verla, pensó: ¿qué aspiración más alta puede tener una obra de arte que la de permitirnos entender la vida de los otros, poniéndonos en sus zapatos durante algunos instantes?» El cine le permite al personaje entender la historia de pérdidas de su esposa, Mil surcos nos permite entender a nosotros la vida de estos personajes y funciona a su vez como un espejo: todas nuestras historias, si nos remontamos tres o cuatro generaciones, acaban siendo historias de guerras, de hambrunas, de emigrados, de desarraigo. Leía Mil surcos y me acordaba de Sebald (de Austerlitz), leía Mil surcos y me acordaba de Teresa Andruetto (de Pavese, de Stefano, de Lengua madre), de Tununa Mercado (Yo nunca te prometí la eternidad), de Sergio Chejfec (en particular de su Lenta biografía), pero leía Mil surcos y pensaba en mis abuelos, en mis bisabuelos, se me hacía patente el vacío que hay en torno a sus años en Europa durante la primera guerra mundial, las condiciones en las que emigraron, el periplo que acabó en la pampa húmeda.

Mil surcos se nos presenta como la realización del deseo de reconstruir y escribir la historia familiar. Funciona como un acto de memoria colectiva en el que la rememoración y la invención se conjugan con la Historia…” Pablo DemaVarias veces en la novela aparece la figura del narrador, de aquel que en la familia está llamado a escribir la historia. Explícitamente, al final con un epígrafe de Joseph Roth que dice: «En cada familia hay uno que sabe contar historias. En su mayoría son poetas silenciosos, que preparan sus historias o, mientras las narran, las inventan o modifican». Un poco antes, Perla, su hermano Ariel y su madre miran las fotos guardadas por el padre de familia, quien había sido adoptado por unos argentinos al quedar él huérfano luego de la ocupación nazi en Bélgica, donde estaba refugiado como otros judíos. Entonces comentan que con las fotos el padre quería hacer un álbum. «A lo mejor porque, con dos viajes a Europa y todo, él no pudo averiguar mucho sobre sus padres biológicos. Incluso conversó bastante con la bobe Sara sobre la idea de escribir algunas historias familiares». Este proyecto del Padre de Perla quedó limitado a unos esquemas de un árbol genealógico. De modo que la novela Mil surcos se nos presenta como la realización del deseo de reconstruir y escribir la historia familiar. Funciona como un acto de memoria colectiva en el que la rememoración y la invención se conjugan con la Historia para dar lugar a una novela que nos conmueve y nos acerca al hacernos sentir parte de una comunidad con orígenes diversos pero a la larga comunes, cruzados por el desamparo y el deseo de cumplir un destino feliz. ♦