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CRÍTICA • Bares vacíos

Sin pensar en el mañana

—por Eloy Urroz—

Crónica Dominical, México, 3 de junio de 2001.

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MARTIN-CRISTAL-Bares-vacios-(2001)-800pxEl autor de Bares vacíos es uno de esos viajeros amigos que, por azar del destino, se han encomendado a la tarea de reunir partes lejanas de un mismo continente, uno de esos novelistas que en lugar de desunir lo desunido, unen lo que está esperando ser reunido: en este caso México y Argentina. Y Martín Cristal lo hace con una clarividencia y una sutileza entrañables, heredera de otro cronopio, Cortázar, quien desde París soñaba y se inventaba un Buenos Aires justo a la medida. Martín Cristal, pues, reúne esas partes, estos dos países remotos, de forma memorable y audaz. Lo logra, entre otras cosas, porque el narrador de Bares vacíos está elegido (¿o debiera decir construido?) con prudente y sigilosa pericia: tiene la tesitura, la edad y el carácter perfecto para contarnos la historia que se nos va a contar. Esto no es fácil. A veces terminamos un relato con un cierto malestar ilocalizable: se trata de una especie de desfase entre el narrador y lo narrado, los cuales no siempre se corresponden o no coinciden o no nos logran convencer. Este primer obstáculo Cristal lo allana con inteligencia y naturalidad.

Por otra parte, uno de los mayores atractivos que hallé en la novela de Cristal fue la combinación entre lo propiamente relatado y las introspecciones del personaje: el recuerdo de Argentina, el itinerario de su viaje por Latinoamérica y, sobre todo, la reciente muerte de su madre. Este último acontecimiento (guiño al memorable Mersault de Camus) permea la novela de cierta insospechada tristeza que, sin embargo, no llega a dominar el texto (simplemente lo recubre con su pátina de nostalgia); al contrario, lo equilibra. Manuel, el protagonista, no tiene todavía la distancia, la perspectiva, para sumirse en el dolor: la cantidad de aventuras y hallazgos en el nuevo país amigo, lo tiene ligeramente sedado o, incluso, podemos decir que lo protege (lo cuida) de volcarse en una depresión paralizante que pudiera entorpecer el ritmo de la historia.

Lo más interesante es que Manuel, sin saberlo tal vez, ha estado viviendo justamente como Miguel II le ha invitado hacerlo: sin pensar en el mañana. Y he allí la fascinación de la historia de Bares vacíos, una suerte de Kerouac on the road, mismo que nos mantiene en vilo.

Los homenajes a Cortázar abundan, ya lo dije, y no estoy seguro de haberlos descubierto todos: pero allí está el nombre de Cora, la enfermera del cuento “La señorita Cora” y, por supuesto, “Cartas a una señorita en París”. Asimismo, el capítulo 12, “Capricho”, donde el narrador nos ofrece un jocoso resumen sintetizado de su relación con Barbie hasta el día de hoy en que ya no la soporta más. Éstos, al lado del correo electrónico de Yenny al final y las innumerables apreciaciones lingüísticas del narrador argentino son, entre otros, algunos de los muchos homenajes al cronopio mayor detrás de la novela, Cortázar.

Entre el deseo de suplir esas diferencias, por un lado, y el deseo de mostrar esas fascinantes diferencias (y no homologarlas como otro autores baratos harían), Martín Cristal ha conseguido gratificarnos recordándonos que, aunque los mismos, cada latinoamericano es diferente.” Eloy UrrozQuiero terminar así. No sé si alguien ha escuchado a un argentino decir “Manito, ¿qué onda?” o “Pinche güey”. Es de veras delicioso, lo mata a uno de la risa, tanto como a un argentino lo mata de la risa escuchar a un mexicano exclamar: “No seas boludo” o “Pibe, ¿cómo estás vos?” Entre el deseo de suplir esas diferencias, por un lado, y el deseo de mostrar esas fascinantes diferencias (y no homologarlas como otro autores baratos harían), Martín Cristal ha conseguido gratificarnos recordándonos que, aunque los mismos, cada latinoamericano es diferente. Y en esa diversidad está, no cabe duda, la unidad de América. Saludo a Martín y a Manuel y a Yenny y a Jericó desde acá, desde Virginia, y adelante con otra gran historia. La esperamos. ♦