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CRÍTICA • Mil surcos

Los pies en la tierra

—por Demian Orosz—

La Voz del Interior (Córdoba), suplemento “Ciudad X”, pág. 4, jueves 13 de noviembre de 2014.

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Con Mil surcos, Martín Cristal prosigue un ambicioso proyecto iniciado con Las ostras y que incluirá cuatro títulos. Se presentará el martes 18 de noviembre, en el Museo de las Mujeres.
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MARTIN-CRISTAL-Mil-surcos-(2014)-800pxUna mariposa, ¿se acuerda de cuando era gusano? Ésa es la pregunta que queda aleteando en el aire y que sólo se responde a medias en el final de Las ostras (Caballo Negro), la novela con la que Martín Cristal le dio inicio en 2012 a un conjunto de cuatro libros cuyos vínculos no suponen una saga en sentido estricto. Mil surcos (Caballo Negro), la segunda novela de este plan maestro, es y no es la continuación de Las ostras, del mismo modo que es y no es su precuela. Esto es posible porque el tiempo se vuelve fluido y se ensancha o se angosta según las necesidades del relato, que se va armando a través de parches temporales. Como pretendía William Faulkner, uno de los autores con los que Cristal se desafía y que acepta como demonio tutelar de este conjunto novelístico, el pasado, el presente y el futuro se inscriben en cada personaje con intensidades que no permiten sentenciar que hay un tiempo ido o muerto o garantizar que se abre un porvenir. Más bien, las vidas contadas quedan incrustadas en una especie de presente ultra expandido, y las sensaciones de padecimiento, vértigo y promesa que regala la novela son semejantes a las que produciría ver una colección de mariposas clavadas con alfileres. Larvas que mutaron en líneas de belleza temblorosa y fugaz.

De Faulkner, Martín Cristal tomó también la convicción de que “la propia parcela de suelo natal” es digna de ser escrita, así como la voluntad de diseñar una estructura general para la obra. En línea con la decisión de pintar la aldea, el terruño de la ficción es Córdoba, el lugar donde convergen las historias que no obstante se ramifican por el mundo. Por otra parte, el proyecto global le adjudica a cada novela uno de los cuatro elementos clásicos. Las ostras es la novela “de agua”. A Mil surcos le corresponde la tierra. Y las dos que vendrán ajustarán su poética al fuego y al aire.

Además, cada novela de la tetralogía se vincula a una estación del año (otoño, invierno, primavera y verano) y a una de las estaciones vitales (vejez, madurez, juventud, infancia). Y por si esto fuera poco, este plan minucioso implica asimismo un trabajo con el tiempo. Las ostras se dilata hacia un pasado tan reciente que es casi un ahora. Mil surcos va y viene desde ese casi presente a un pasado que en su lejanía se configura como tiempo mítico, el “origen” caprichoso (porque siempre se podría ir más atrás) de las sagas familiares que protagonizan las historias, y las dos novelas que faltan tendrán las tareas de situar los relatos en un instante hecho de eterno presente y de viajar hacia un futuro incierto.

Para ayudar a captar este ambicioso diseño, que parece surgido de una mente maniaca, el autor cordobés (quien además de escritor y crítico literario es un maestro de las artes gráficas y la infografía, como puede verse en su blog El pez volador) fabricó un juguete visual desplegable que se puede armar en forma de poliedro y que materializa la información cruzada sobre las cuatro novelas.

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DÍAS EXTRAÑOS

Mil surcos se lee perfectamente como una novela autónoma (hay una continuidad argumental muy leve con Las ostras y se reencuentran algunos personajes), para lo cual colaboran sin duda los momentos de escritura tersa, perfecta.” Demian OroszTodo lo anterior puede sin embargo ser obviado, ya que Mil surcos se lee perfectamente como una novela autónoma (hay una continuidad argumental muy leve con Las ostras y se reencuentran algunos personajes), para lo cual colaboran sin duda los momentos de escritura tersa, perfecta. La sutileza en la descripción de algunas situaciones (la estrella amarilla y el triángulo rosa se aproximan en una escena conmovedora) y la potencia del relato cuando la novela sale de la introspección y cava surcos en la acción confirman a Cristal como un narrador sólido, dueño de sus herramientas, y que además tiene la amabilidad de no deleitarse con la propia voz y evitar los tics generacionales de tanto escritor condenado a la adolescencia perpetua.

Mil surcos abre un abanico de universos habitados por seres arrastrados por algo más fuerte que ellos y sus decisiones, y va dosificando una trama de huidas, de escapes hacia algo que a duras penas, en medio de cataclismos subjetivos, puede imaginarse mejor. El modo en que Cristal va infiltrando los sucesos históricos en la experiencia de sus personajes podría resultar un alarde de conocimiento si no fuera que todo ese atlas mundial, la obsesión por los datos y las fechas de eventos concretos (guerras, conciertos, películas, obras de teatro, modelos de coches, oficios) están finalmente al servicio de historias de amor y congoja, temores y esperanzas. Mil surcos es una novela sobre mundos familiares martirizados por la Historia, destruidos y reconstruidos con las esquirlas que se desparraman por el planeta hasta llegar a un lugar llamado Córdoba.

Cristal se las arregla para no perder el hilo incluso moviéndose geográfica y temporalmente del ataque a Pearl Harbor al terremoto de San Juan, de Casablanca a casa Beige, del puerto de Yokohama a la subida del Cerro de las Rosas, de la Rusia imperial en pleno trance revolucionario a la Colonia que la Liga Israelita Contra la Tuberculosis tenía en Unquillo (uno de los tantos elementos que hacen de Mil surcos una novela-memoria de la dispersión y el reencuentro judíos).

En el arranque del libro encontramos a Idl Lazarus, un judío que abandona la desolación ucraniana para subirse a un barco que lo deposite en la tierra del futuro; pero casi como en una tragicomedia de enredos, cambiará su nombre por el de Fidel Lázaro (¿creador de una estirpe de resucitados?) y el sueño americano deberá cumplirse en Córdoba y en La Rioja, no en la anhelada Nueva York.

Mil surcos está llena de viajes. En el barco que lo trae a Sudamérica, Idl conocerá a Lea. Una joven pareja de japoneses se unirá en un matrimonio pactado, será embutida en otro barco y obligada a un demencial periplo desde Perú. David Fisherman se salvará de milagro de ser tragado por la Europa nazi, llegará a la ciudad sin mar previo paso por Uruguay y vivirá sus extraños días como anticuario cordobés, no sin antes ser adoptado por José Jacobo y Celia Bensignor y pasarse toda su niñez y gran parte de su juventud guardando silencio, como un loco o un santo.

Si en Las ostras predominaban los personajes sumergidos en sus sufrimientos y encerrados entre las paredes de sus propias emociones, Mil surcos los pone con los pies en la tierra, ejecutando sus rituales de supervivencia en tiempos duros y luchando para salir de sus burbujas de tiempo separadas y encontrarse o fundirse con los otros.

A la mitad de la novela, una cita de Hamlet podría entenderse como un comentario general sobre Mil surcos: todo muere, todo se pudre, todo se regenera. Pero quizá haya otra perla de sentido alojada por Cristal más cerca del comienzo, en la escena de un campesino que dibuja con su arado una figura que se va deformando a partir de una falla en apariencia insignificante hasta culminar en un surco retorcido, una cicatriz inconclusa marcada en la tierra, el centro de un misterio. ♦