Bastón del Moro, Córdoba, 13 de septiembre de 2019.
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En esta conjura, la alegría aparece como una energía fragmentada y necesaria:
La alegría es mucho más accesible que esa luna que siempre se aleja, dice la hawaiana. Pero la alegría dura poco, dice Quirqui. Porque se dispersa dice ella, se pluraliza, por eso decimos las alegrías ¿nunca te tocó una? ¿O será que ya no las valorás en el claroscuro de los días?”.
En este diálogo psicodélico entre Quirqui, un personaje que habita en las conspiraciones y la derrota del mundo, y la morena que vive en una camisa hawaiana, se continúan aquellas palabras iniciales de Ursula Le Guin: “el problema es que padecemos la mala costumbre, alentada por los pedantes y los intelectuales, de considerar la felicidad como algo más bien estúpido” (y sigue). Tenemos instaurado en nuestras mente que el único sistema pedagógico de la vida es el de la derrota porque de ella se aprende, nunca sabemos bien qué. Deberíamos al menos aprender a distinguir la alegría. La felicidad nunca comparece ante nosotros pero las alegrías son sus emisarias, fragmentos de un estado de goce que dura poco: “recibámoslas, dejemos que entren a nuestra casa y también que salgan para que vuelvan”, insiste la hawaiana.
Martín las convoca, como si fueran extrañas musas alrededor de un festejo. Todos sabemos qué irresistible es este ritual: “¿Y vos qué querés de esta fiesta?”, le pregunta el Larva a Willy. “Lo que quisiera es que esta fiesta fuera como el señalador de un libro, metido entre las páginas leídas y las páginas por leer”. ♦