MENU
ENTREVISTA • Los incendios

Martín Cristal: “El futuro se nos vino encima y ya modela nuestra percepción del presente”

—por Demian Orosz—

La Voz del Interior, suplemento «Número Cero»; Córdoba, domingo 13 de noviembre de 2022. [Entre corchetes, los fragmentos ampliados en la versión online de la entrevista, publicada en el website del suplemento con el título “Jugar con fuego y ganar la partida: Los incendios cierra un ciclo de cuatro novelas de Martín Cristal”].

________________

|

El narrador cordobés concluye un proyecto de escritura que le demandó 15 años. En cuatro episodios, recupera personajes y construye una atmósfera bastante apocalíptica, mientras las sierras de Córdoba arden.

|
MARTIN-CRISTAL-Los-incendios-(2022)En 2012, año en el que debía producirse el apocalipsis supuestamente anunciado por el calendario maya, Martín Cristal publicó Las ostras, la primera de una serie de cuatro novelas que tendrían a un puñado de personajes viajando en el tiempo de un libro a otro, vinculadas por ciertas relaciones estéticas pero sin atarse a un hilo argumental común ni al mandato de ejecutar una saga. Le siguieron Mil surcos (2014) y Las alegrías (2019).

El escritor cordobés acaba de cerrar ese ciclo, que le implicó 15 años de escritura, con Los incendios (editada por Caballo Negro, al igual que las otras tres), la “novela de fuego” según el plan maestro que había establecido para la tetralogía.

Ese elemento, omnipresente en las historias del libro que concluye el proyecto, hace que la amenaza de un fin del mundo sea mucho más palpable que el de una vaga profecía y se instala como un documento de ficción que refleja muy bien el resplandor apocalíptico que ilumina (y oscurece) el presente.

Los cuatro episodios de Los incendios transcurren durante un verano achicharrante, en un complejo de cabañas, mientras las sierras de Córdoba arden comidas por llamaradas cada vez más cercanas.

La cabaña Norte es la que recibe a Fish, el joven rockero de Las ostras (la “novela de agua”), ahora captado por la ficción de Cristal en su etapa de hombre casado con dos hijas mellizas. La promesa de disfrutar unas vacaciones familiares en un entorno natural empieza a desfigurarse de inmediato. El arroyo está seco y la pileta vacía. [Los artefactos no funcionan o se rompen].

En la cabaña Sur se aloja Sergio Ceballos, un hombre que ha elegido ese verano infernal para cumplir una venganza. Un bullyneado chico albino y su mamá, que arrastra las lastimaduras de la separación reciente de otra mujer, son los ocupantes de la cabaña Este. En la cabaña Oeste (el punto cardinal del ocaso) vive el dueño del complejo, Juan Pardo, un antiguo matón que se movía en las catacumbas de la política y que no ha perdido las mañas de supervivencia.

En Los incendios no sólo hay fuego, vidas trabajadas por el trauma o la desdicha y alguna chispa de esperanza cuya clave es la literatura, sino también drones, taxis manejados por inteligencia artificial, motores a energía solar, consolas que quizá se fabriquen en pocos años, una Cortina de lluvia artificial para evitar que se queme todo.

La novela adelanta apenas hacia un futuro de tecnología aplicada a gestionar existencias cuyas problemáticas y emociones son las de siempre.

|

NATURALIZACIÓN DE LA CATÁSTROFE

—Sierras y cabañas quemadas como consecuencia del cambio climático, pero también de “negocios descriptos como catástrofes naturales”. Los incendios es, quizás, la novela más contemporánea de las cuatro, si se piensa en la atmósfera de época que logra captar. Cuando concebiste la tetralogía, ¿ya tenías en mente este escenario un poco “apocalíptico”, como de amagues del fin del mundo, pero también del fin de Córdoba?

—Salvo por Mil surcos, que retrocede hasta 1918, las otras dos novelas (Las ostras y Las alegrías) coinciden en que sus respectivas acciones se ubican sólo ocho años antes de la fecha de publicación de cada una. ¿No es llamativo que sea justo Los incendios —cuya acción también difiere en ocho años, pero hacia el futuro— la que te haya proyectado esa idea de máxima contemporaneidad? Supongo que es porque el futuro se nos ha venido encima y ya modela nuestra percepción del presente (el único material del que disponemos para imaginar un posible futuro).

Lo que yo sabía de entrada era que cerraría con la novela de fuego (para seguir el orden con que los elementos aparecen en un poema que ahora es el epígrafe general de la tetralogía). Y también que a ese fuego lo representarían los incendios serranos, que no son nuevos. Unas cabañas uruguayas en las que paré en 2010 inspiraron el escenario. Por esa misma época leí “Gelatina”, de Mario Levrero, y Chronic City, de Jonathan Lethem: la idea de un entorno asediado por una amenaza ubicua me sedujo desde esas lecturas. Lo que no sospechaba era que los incendios en Córdoba escalarían en tamaño y frecuencia. Al escribir el libro en 2021 ya parecía lógico extrapolar la naturalización social de la catástrofe. En la novela, la gente está acostumbrada al fuego, y sale de vacaciones lo mismo.

—El plan maestro incluía poner a cada novela al amparo de cada uno de los cuatro elementos (agua, tierra, aire, fuego) y de cada una de las estaciones (otoño, invierno, primavera, verano). Y también una secuencia plástica de temporalidades. En Los incendios hay una enunciación extrañísima con variaciones de tiempos verbales en futuro. ¿Fue un desafío que ya tenías en vista escribir de ese modo?

—En realidad ya lo había probado en un cuento: “Mamut en futuro” (incluido en Mapamundi). No era inevitable hacerlo así en la novela, pero me tentó volver a esa forma y ver si podía sostenerla en una extensión mayor. Como quería que el recurso fuera distintivo pero no pesado para el lector, a partir de la segunda parte del libro fui intercalando flashbacks conjugados en pasado, a modo de descanso. Según me dijeron algunos lectores tempranos, la extrañeza inicial va volviéndose costumbre, hasta que al fin se sigue la trama ya sin reparar ni detenerse en la conjugación.

—¿Esa proyección que tiene la novela es lo que te permitió inocular una dosis de ciencia ficción especulativa (casi deductiva, en algunos casos)?

—Sí. En la tetralogía no planeaba insertar rasgos de géneros tales como el policial o la ciencia ficción, pero en esta novela “del futuro” eso surgió con naturalidad, y decidí permitírmelo: no tenía mucho sentido escribir las cuatro novelas como si yo, en tanto lector, no hubiera incorporado nada nuevo en los últimos 10 años. Mis cambios no son sólo los evidentes en los retratos de las cuatro solapas: en la última década también exploré los géneros, en particular la ciencia ficción. Si se piensa en esta tetralogía como en un núcleo alrededor del cual orbitarían mis otros libros, resulta apropiado que mi creciente interés por los géneros también quede reflejado en alguna parte del proyecto. [Así se tiende un puente a esas otras producciones con rasgos similares].

[—¿Realizaste, como en otros casos, un trabajo de campo de modo de asegurar una factibilidad o una verosimilitud?]

[—Solo le consulté a una amiga —cuya familia tiene cabañas— sobre las rutinas laborales en un complejo turístico de esas características. Y chequeé una partida entre Karpov y Kasparov, reproduciéndola desde una transcripción que tomé de un viejo recorte de diario. Lo encontré guardado (entre otros igualmente amarillentos) en la caja del juego de ajedrez de mi infancia: mi papá me daba esas notas del diario para que aprendiera a jugar, y ahí quedaron… Así como las citas de Las ostras surgen de un regalo paterno (el libro Los misterios del mar), en la trama de Los incendios incorporé una partida de ajedrez a partir de esos recortes que mi papá me juntaba. Una simetría más, sólo que de sentido íntimo.]

|

[CENIZAS DEL FUTURO]

[—Supiste definir a Las alegrías, la novela anterior, como una especie de comedia de enredos. Los incendios es bastante más oscura, tiene incluso una veta de policial con una trama de venganza y muertes. ¿Podés determinar por qué elegiste ese cierre?]

[—Las alegrías representa el “presente eterno” en una fiesta que parece interminable. Como las dos novelas anteriores, tiene un final cálido y esperanzador. Pero Los incendios se orienta hacia el futuro, que hoy ya no parece tan promisorio… Aunque, cuidado: entre tanta ceniza e incertidumbre, en la novela también hay una luz de optimismo. Se halla en el adelanto del destino adulto de un niño, cuya vocación retoñará más allá de la aciaga previsión histórica. Es el futuro del futuro. Un alivio nimio respecto del desastre ecológico, aunque algo es algo.

Por otra parte, siempre me llamó la atención la estructura de La conciencia de Zeno, de Ítalo Svevo. Esa novela tiene un preámbulo seguido de seis partes; cinco rebosan de humor, incluso si el tema explorado es doloroso, pero en la última el tono cambia: es 1915, Zeno ha olvidado el psicoanálisis… y también el humor. Narra con pesadumbre cómo la Gran Guerra ha hecho trizas los ánimos. Arropa sus reflexiones en una árida desesperanza. “Un libro tan divertido, ¿por qué lo termina así?”, pensaba yo. Hoy creo que ese final dota de más hondura y gravitas al conjunto: si Svevo hubiera eliminado esa última parte, quizás recordaríamos su libro como una lectura más ligera y superficial. Quise incorporar esa lección a la tetralogía.]

[—Obviamente en el plan original no podías visualizar una pandemia como la del coronavirus, que ahora se cuela, aunque sea como referencias a posibles nuevas pandemias. (Pienso ahora que en La música interior de los leones, publicado en 2019, habías imaginado un virus que podía llevar a la extinción a la población mundial de leones). ¿La pandemia le hizo algo a esta novela que cierra la tetralogía?]

[—A mediados de 2020, cuando todavía estábamos en cuarentena, se quemó una zona cercana a Alta Gracia. Son 35 kilómetros hasta Córdoba, pero aun así el olor y las cenizas llegaban a mi patio. La sensación era desesperante: “Estamos encerrados acá mientras alrededor todo se incendia”. Algo de esa impotencia se coló en el texto, creo. Por otro lado, las pandemias (en el libro se habla de más de una) modificaron las historias de algunos personajes: la de Jorge Berna, por ejemplo, o la de Berta, la mamá de Fish.]

—Entre la publicación de Las ostras en 2012 y la aparición de Los incendios pasó un poco más de una década.] El proyecto de escritura se extendió durante 15 años. Es posible imaginar que una constancia y una disciplina inmensas te permitieron llegar al final planeado. ¿Qué sentís en este momento? ¿Satisfacción, alivio? [¿Ganas de empezar otro ciclo?]

—Siento una satisfacción tranquila por el arribo de este día, la cual no equivale a la satisfacción de creer que todo quedó perfecto. Eso nunca sucede: el ideal platónico de un proyecto siempre se estrella al aterrizar en la pista poceada del hacer. Aun así, hacer las cosas —y más aún, terminarlas— es importante, sobre todo ante uno mismo. De modo que no menosprecio mi alegría, aunque reconozca que viene erosionada por cierta angustia. Una repentina falta de norte. Un vacío. ¿Desorientación o libertad recuperada? Esta bisagra me encuentra con 50 años de edad y 25 desde la publicación de mi primer libro. Media vida escribiendo novelas y cuentos. ¿Seguir así o explorar otras formas de narrar, otros géneros y disciplinas? Supongo que el tiempo dirá, y que el deseo y la intuición también jugarán sus cartas.♦