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PRESENTACIÓN

Las alegrías

—por Leticia Ressia—

Bastón del Moro, Córdoba, 13 de septiembre de 2019.

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Después de Las ostras y Mil surcos, Las alegrías viene a sumar un elemento más al proyecto monumental de la tetralogía Cristal: el del presente continuo en la fiesta de todos los tiempos. “Yo vivo en el presente”, dice el Larva, y por eso no escucha temas viejos. Entre Las ostras y Las alegrías han pasado siete años narrativos; sabemos que no es una saga y que la obsesión del escritor es perfecta en los detalles. Descripciones minuciosas pero funcionales, multiplicidad de personajes (algunos ya vistos o mencionados), listas de música hermosamente seleccionadas en Winamp que trazan distintos momentos, pequeños gestos narrativos, cambios en la tipografía, etcétera, responden a un plan ideal: una novela coral que no aburre y líneas de lectura que se multiplican para encajar todas en la alta joda que se realiza en un edificio de la calle Río Negro 351.

El carácter ritual aparece entonces; un hecho social total, opuesto al tiempo ordinario y capaz de romper con la cotidianidad de sus protagonistas. En ese ciclo, los personajes atraviesan miedos, seguridades, euforia, desencanto, la belleza de un encuentro esperado, la desesperación por un instante que confirme su existencia, la casualidad y el desorden de lo estipulado.” Leticia RessiaLa fiesta que construye Martín es arquetípica, es esa fiesta en la que todos estuvimos o vamos a estar. ¿Nos preguntamos por qué vamos a tal o cual celebración? Acierta Santiago Olagaray en la contratapa cuando dice que los personajes necesitan con urgencia que algo pase, que suceda lo excepcional, que el ansia primitiva que todos tenemos despierte para decirnos que somos también algo diferente. El carácter ritual aparece entonces; un hecho social total, opuesto al tiempo ordinario y capaz de romper con la cotidianidad de sus protagonistas. En ese ciclo, los personajes atraviesan miedos, seguridades, euforia, desencanto, la belleza de un encuentro esperado, la desesperación por un instante que confirme su existencia, la casualidad y el desorden de lo estipulado. Los objetos circulan con una extraña sacralidad: el muñeco “Coco Partuza”, santo patrono de la fiesta; el “dios Tucán”, triste y horrible escultura que adquiere la dimensión divina; o la merca, una moneda de intercambio efectiva pero falsa.

En esta conjura, la alegría aparece como una energía fragmentada y necesaria:

 La alegría es mucho más accesible que esa luna que siempre se aleja, dice la hawaiana. Pero la alegría dura poco, dice Quirqui. Porque se dispersa dice ella, se pluraliza, por eso decimos las alegrías ¿nunca te tocó una? ¿O será que ya no las valorás en el claroscuro de los días?”.

En este diálogo psicodélico entre Quirqui, un personaje que habita en las conspiraciones y la derrota del mundo, y la morena que vive en una camisa hawaiana, se continúan aquellas palabras iniciales de Ursula Le Guin: “el problema es que padecemos la mala costumbre, alentada por los pedantes y los intelectuales, de considerar la felicidad como algo más bien estúpido” (y sigue). Tenemos instaurado en nuestras mente que el único sistema pedagógico de la vida es el de la derrota porque de ella se aprende, nunca sabemos bien qué. Deberíamos al menos aprender a distinguir la alegría. La felicidad nunca comparece ante nosotros pero las alegrías son sus emisarias, fragmentos de un estado de goce que dura poco: “recibámoslas, dejemos que entren a nuestra casa y también que salgan para que vuelvan”, insiste la hawaiana.

Martín las convoca, como si fueran extrañas musas alrededor de un festejo. Todos sabemos qué irresistible es este ritual: “¿Y vos qué querés de esta fiesta?”, le pregunta el Larva a Willy. “Lo que quisiera es que esta fiesta fuera como el señalador de un libro, metido entre las páginas leídas y las páginas por leer”. ♦