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PRESENTACIÓN

Las ostras

—por Pablo Dema—

Cocina de Culturas, Córdoba, Argentina, 22 de mayo de 2012.

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MARTIN-CRISTAL-Las-ostras-(2012)-800pxAntes de hacer unos breves comentarios sobre la novela que presentamos hoy, quiero agradecerle al editor por la invitación, por abrir siempre el juego, y muy especialmente a Martín, que aceptó el riesgo de compartir conmigo un momento tan importante como es la presentación de su nuevo libro sin conocerme personalmente. Todo el mundo sabe cuánta energía y expectativas pone un escritor en el fruto de su trabajo así que a mí me complace mucho que se me haya dado una cuota de confianza en un momento tan especial.

A Martín lo conocí del modo en que se conoce generalmente a los escritores: por los libros, por una cadena de lecturas. Empecé a encontrar su nombre al pie de reseñas muy agudas y bien escritas de textos que me habían interesado. Luego vi su firma en un cuento que conservo muy vívido en la memoria, en una antología en la que los dos salimos, y a continuación me llegó su solicitud de amistad de Facebook (esto es para que vean que las redes sociales sirven para algo). Creo que la primera vez que Martín me escribió fue para hacer un generoso comentario de una crítica de un libro que yo había hecho y para sugerir un error de interpretación. Yo no me había dado cuenta de que un texto de Elvio Gandolfo que hablaba sobre unos traidores en realidad se refería al problema de la traducción o a la fatalidad de que una traducción nunca puede ser fiel. Después se lo dije a Gandolfo y él obviamente le dio la razón a Martín. El texto era sobre la traducción. Los traidores de su cuento eran los traductores, por aquello de traduttore, traditore.

Por suerte la teoría literaria, siempre tan generosa en su rebuscamiento terminológico, sabe apreciar los fallos y los encuentra productivos, entonces uno se puede consolar llamando misreadings a sus metidas de pata o a la ignorancia que le cubre los ojos. Así que bueno, desde ese lugar que es tan propio para mí, la lectura errada, la cortedad de miras, la aproximación siempre insuficiente y conjetural, la vacilación, diría un crítico local, es que hago un par de observaciones sobre esta novela que hoy les llega.

Ustedes conocen la dificultad de hablar de un libro que todavía nadie o casi nadie ha leído. Por supuesto que, tratándose de una novela, no podemos contarles la historia a los lectores. Siempre hay intriga en un relato, siempre hay un adentrarse en algo no sabido de antemano, y el placer de descubrirlo es potestad exclusiva del lector. Mucho menos se pueden arriesgar interpretaciones sobre la novela, ya que las interpretaciones para mí tienen la gracia de que son potencialmente polémicas y difieren de otras que ya se han hecho. Así que daré algunos lineamientos muy generales respondiendo a un impulso básico de todo lector: compartir un libro que a uno le ha gustado mucho y querer que otros también lo lean.

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Las ostras es, como se dice, una novela coral, polifónica, de muchas voces. Por supuesto que hay acciones y desplazamientos, pero lo fundamental es esta cuestión de las voces, más que nada de la palabra interior, de ese discurso concomitante al pensamiento que existe y que intuimos o nos intriga al mirar a una persona que va por la calle, por ejemplo (y ya para nombrar algunos de los personajes de la novela) un adolescente que camina con sus auriculares, una chica en un taxi con los ojos llenos de lágrimas, un hombre en un auto de lujo con la cara perfectamente afeitada y como de piedra, un chico jugando solo a la pelota en su nueva casa, y un señor mayor haciendo origami en su departamento rodeado de fantasmas. Así, el espacio de esta novela se nos presenta como una suerte de oído absoluto; escuchamos los diálogos de los personajes, sus conversaciones telefónicas, pero también ese discurso íntimo, esa crónica continua de la vida que fluye en cada conciencia, muchas veces en diálogo con seres ausentes. Nosotros, como los ángeles de Las alas del deseo, también podemos oír lo que pasa allí adentro, y al hacerlo nos enteramos de algo que ya sabíamos pero que nunca deja de fascinarnos porque nos constituye: y esa verdad que es la de los personajes y es la nuestra es que estamos irremediablemente lanzados hacia el futuro, pero ese espacio en el que nos proyectamos es meramente conjetural y está gobernado por el azar y lo imprevisible. Y para nosotros la vida es una película que necesariamente termina mal: fragilidad, incertidumbre, pérdidas irremediables, finitud. Sin posibilidad de un deus ex machina (sin salvaciones mágicas), nuestro destino es necesariamente melancólico y trágico. No puedo no morir, no puedo no sufrir, nos dice un filósofo. Creo que difícilmente se puede tomar en serio hoy alguna producción artística que niegue esa certeza de nuestra época: no hay trascendencia, no hay nada allá afuera, nuestra vida no es una estación previa a otra cosa sino un destello absoluto. Entonces, el único desafío posible para un escritor es cómo decir algo a pesar de esa verdad. Y esta novela, que es rigurosamente actual y cercana en el sentido más básico del término porque sucede en los shoppings del centro de Córdoba, en sus plazas, en la terminal, en los barrios cercados de los ricos en los suburbios, asume ese desafío. Ahí tenemos un verdadero motivo para leer este libro: uno de nosotros, un miembro de la tribu (para citar a un poeta célebre) está tratando de decirnos algo. El tema es que eso que tiene que decirnos está y no está dicho, o tenemos que formularlo nosotros a partir de la serie de voces, imágenes y recortes de experiencias hábilmente montados por el autor para labrar este objeto tan familiar como extraño y tan cercano como inasible que es la novela. Hay un crítico alemán que leyendo a Paul Celan, a Nelly Sachs y a Kafka acuñó el término metáfora absoluta. Las obras de estos autores, decía Beda Allemann, son metafóricas, pero no en el sentido de que usan una figura retórica sino que todo un poemario o una novela constituyen una metáfora, el problema es que los autores no nos dicen metáfora de qué son esas obras. Yo creo que esta idea de la metáfora absoluta es interesante para pensar Las ostras, que están en principio como parte de la fauna marina descripta en un viejo libro que hereda Perla (uno de los personajes), pero que se van cargando de una significación muy densa, de muchas resonancias que requieren un trabajo de los lectores. Como en el cine de Tsai Ming Liang, tenemos que pensar qué pasa y qué significa aquí el agua: la del mar evocada en el libro, la de la lluvia que inunda la ciudad, la de las peceras que pierden su oxígeno.

Recurrí para describir la novela a la idea de polifonía y a la de metáfora absoluta. Me gustaría, para terminar, hacer mención a un último aspecto relacionado con una fuerte impresión que tuve al leer y que asocio a la idea del género comedia. En uno de los mails que intercambiamos yo le decía a Martín que su texto transmitía algo que tenía que ver con una madura serenidad, algo que en ese momento yo definía por contraste porque no encontraba un ejemplo literario adecuado: le hablaba de ciertas novelas escritas desde la desesperación, y ponía el ejemplo de Roberto Arlt, esas novelas tan tremendas en las que los personajes terminan muy mal o en situaciones desesperantes. Citando un texto de David Lodge que yo casualmente tenía sobre el escritorio, Martín me comentó su rechazo a esa estrategia de abandonar a los personajes en la desesperación. Y entonces me acordé que en ese mismo libro de Lodge hay un capítulo sobre el final de las novelas donde se explica que el desenlace es fundamental porque, al ser la novela una Gestalt, una estructura o modelo de percepción, la decisión de hasta dónde narrar es decisiva. Teniendo en cuenta eso, creo que no sería tan errado poner en relación Las ostras con esa gran novela argentina que es Glosa. Ustedes seguramente se acuerdan que esa es una novela terrible, donde está narrado todo el horror de la dictadura argentina, los exilios y las desapariciones. Sin embargo en la dedicatoria Saer la nombra como una comedia y en un reportaje dice: “A mí me gusta mucho la comedia. Yo llamé a Glosa una comedia porque la comedia relativiza la tragedia y está antes del fin. El fin está elidido en las comedias. Terminan bien, pero provisoriamente”.

Las ostras causa el efecto de las comedias, no en el sentido de que privilegia la comicidad […], sino en el sentido de que logra el pequeño milagro de aligerar nuestro espíritu y llenarnos de luz sin dejar de mirar de frente el duro destino de toda persona.” Pablo DemaPor eso ustedes van a ver que Las ostras causa el efecto de las comedias, no en el sentido de que privilegia la comicidad (aunque las listas de grupos de rock de Ariel y sus comentarios son muy cómicos), sino en el sentido de que logra el pequeño milagro de aligerar nuestro espíritu y llenarnos de luz sin dejar de mirar de frente el duro destino de toda persona. La comedia como actitud ante la dureza de la vida, como estrategia para diferir lo negativo. Como si dijéramos ahora, por ejemplo: sí, es cierto, mañana tenemos que madrugar, pronostican heladas y no habrá sol de camino al trabajo, todo eso es verdad, pero ahora es temprano todavía, falta el vino animando las voces amigas y nos espera la música del piano. ♦