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PRESENTACIÓN

La musica interior de los leones

—por Sebastián Robles—

45ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, sala Sarmiento, Sociedad Rural. 29 de abril de 2019.

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MARTIN-CRISTAL-Las-ostras-(2012)-800pxQuienes tenemos una trayectoria de lectores de ciencia ficción, somos en general personas melancólicas, lo cual no deja de ser curioso para un género que —se supone— está relacionado de alguna manera con el futuro. Disfrutamos las librerías de usados, donde habitualmente el género ocupa los estantes del fondo, en la oscuridad. Al menos hasta hace unos años era así. Hoy, los viejos libros de ciencia ficción de las editoriales Minotauro, Ultramar, Hyspamérica y tantas otras ocupan los estantes de más adelante.

Conocí a Martín Cristal hace dos años, en esta misma Feria del Libro. Tenemos algunos amigos en común y nos leíamos a través de internet. Disfruto mucho de las reseñas y artículos que Martín escribe y publica en su blog y en el diario La Voz del Interior. Siempre admiré su erudición sin alardes y la pasión lúcida y un poco nostálgica, pero muy vital, con la que encara sus lecturas.

Esa primera vez que nos vimos, Martín me contó —con algo de pudor— que había terminado un libro de cuentos de ciencia ficción. Tiempo después me enteré, con mucha alegría, que ese libro había resultado ganador del concurso de cuentos organizado por la Fundación El Libro.

Y acá me gustaría hacer una digresión. Durante mucho tiempo se discutió, no sólo en Argentina, sobre la supuesta condición de “literatura menor” de la ciencia ficción. El primer ensayo en español sobre el género, que hoy es un clásico, es El sentido de la ciencia ficción, de Pablo Capanna, que parece escrito desde uno de los extremos de esa discusión (o sea, es un ensayo escrito para reafirmar que no, que la ciencia ficción no es una literatura menor). Esta actitud de barricada, quizás inevitable, generó un efecto curioso entre lectores y escritores de ciencia ficción. Cualquiera que haya leído a Bradbury, Sturgeon, Dick, Ballard y tantos otros, sabe que el debate no tiene sentido. Pero esa certeza genera un problema: ¿cómo escribir de manera honesta y contemporánea, desde un país periférico y atrasado, sobre un género que involucra el futuro, la ciencia, la tecnología? ¿Cómo hacerlo, sobre todo, cuando ese género nos dio tantas satisfacciones como lectores que nunca, jamás, podríamos considerarlo algo “menor”? (Es decir, es al contrario: si mucha gente considera “menor” algo que a mí me gusta mucho, entonces yo voy a tender a creer que esto es genial. Y es más difícil todavía abordar el género desde ese punto de vista).

Creo que La música interior de los leones responde a estas preguntas —y a muchas otras— de manera ejemplar. Voy a hacer una serie de afirmaciones que me vinieron a la cabeza mientras leía el libro de Martín.

• La ciencia ficción es, ante todo, una forma de leer. Por eso, el clasicismo no sólo es imposible, sino que no tiene sentido.

• Martín no sólo es un lector profundo y atento del género, sino que también conoce su evolución histórica, lo cual le permite ponerse sin problemas en su lugar de escritor argentino, cordobés, que hace con la ciencia ficción lo mismo que sus antecesores: la escribe en sus propios términos.

• Philip K. Dick creció leyendo cuentos de Heinlein, Asimov, Clarke, escritores que tenían algún conocimiento de ciencia y tecnología. Pero a él ya no le importaba la verosimilitud científica, porque el género ya estaba consolidado cuando empezó a escribir. Su obra es la reescritura en su propio lenguaje de tópicos que ya estaban instalados: las máquinas del tiempo, la realidad virtual, la inteligencia artificial. Martín hace lo mismo, sólo que su operación también incluye a Dick, a Ballard y a todos los que vinieron después. La música interior de los leones es un libro muy ambicioso, porque cada uno de los cuentos trabaja sobre un tema que ya tiene un largo recorrido en la ciencia ficción: los clones, los viajes en el tiempo, la paranoia, entre otros. Lo notable es hasta qué punto el autor se apropia de esos temas y los hace sonar con su propia melodía interior.

• Existe una sensación que todo buen lector de ciencia ficción conoce, en especial en los cuentos, que son la forma originaria y por excelencia del género. Es una especie de satisfacción íntima que sentimos cuando la maquinaria narrativa está bien aceitada y funciona con una lógica implacable, que parece científica aunque no lo sea en absoluto. Los ocho cuentos de este libro producen esa sensación. Todos tienen comienzos realistas —hay también algún cruce con el policial— y se deslizan más o menos lentamente a otro terreno, cuyas reglas el narrador transmite casi sin que nos demos cuenta.

• Son ocho mundos diferentes. “Vals con Amelia”, el cuento que abre el libro, parece un relato realista sobre el paso del tiempo para una pareja en Córdoba, hasta que el narrador del cuento se transforma en algo monstruoso. “Última carrera” es una delirante y audaz vuelta de tuerca a los viajes en el tiempo en el submundo cordobés de las picadas de autos.

• “Vivir a la sombra”, un cuento largo, escrito desde diferentes puntos de vista, que en este sentido —y no sólo en este— recuerda a las novelas de Philip K. Dick, es un relato sobre bandas clonadas de los Rolling Stones. Pero también es una reflexión sobre la originalidad y el arte. Un tema que también tiene antecedentes en la ciencia ficción. Hace un rato le contaba a Martín que ese cuento me hizo acordar a un clásico muy conocido, que seguramente él leyó —y él me confirmó que sí—, que es “El hombre bicentenario”, de Isaac Asimov. Es un cuento sobre un robot que, a lo largo de doscientos años, progresivamente, se va transformando en humano. Y el primer paso que el robot da hacia esa transformación es empezar a producir artesanías. Es decir, algo para lo que él no estaba programado, y que involucra cierta idea de libertad. Que me parece que es también algo que está en ese cuento, y no sólo en ese cuento.

Del mismo modo, el Keith Richards clonado se escapa del propósito para el que fuera creado. Creo que este cuento esconde la clave de cómo Martín entiende a su propia escritura, de su vitalidad y su forma de lidiar con la tradición. Y es una idea poderosa, inspiradora. Somos clones que a veces nos animamos a cantar distinto. Pero esta es sólo una de las lecturas posibles de un cuento que tiene de todo.

• La música recorre muchos cuentos. No como tema, sino como la expresión de algo libre y sagrado, que nos distingue como individuos y que funciona como antídoto contra cualquier distopía. (Esto es un poco también lo que decía Elsa, esta idea de resistencia).

• No ya la música, sino las intervenciones artísticas, es uno de los temas que subyacen en “Ofrenda”, un cuento de terror metido adentro de un cuento de ciencia ficción que está metido adentro de una novela policial. Una mujer joven decide dedicar su vida al arte. En busca del arte auténtico, se encuentra con algo… muy demoníaco. Voy a decir eso, nada más. El cuento es genial.

• Otra de las características de los cuentos de Martín Cristal es que sus finales siempre son imprevisibles. Uno nunca puede adivinar, a priori, dónde va a poner el punto final. Siempre hay algo más para decir, y siempre es sorprendente. El autor lleva estos tópicos del género a dimensiones más íntimas que la ciencia ficción clásica, más auténticas.

¿Dónde leo lo contemporáneo en los cuentos de ciencia ficción de Martín Cristal? No tanto en una reflexión sobre la tecnología, que también está presente, ni tampoco en su lectura distópica del capitalismo, sino sobre todo en su obsesión por lo auténtico y lo falso.” Sebastián Robles• ¿Dónde leo lo contemporáneo en los cuentos de ciencia ficción de Martín Cristal? No tanto en una reflexión sobre la tecnología, que también está presente, ni tampoco en su lectura distópica del capitalismo, sino sobre todo en su obsesión por lo auténtico y lo falso. (O sea, hay una búsqueda, me parece a mí, muy fuerte, en casi todos los cuentos, sobre qué es lo verdadero).

• Y después está el cuento “La paranoia del más apto”, que es una máquina narrativa perfecta. (Ese no lo podría espoilear ni aunque quisiera).

• Hace un rato, me preguntaba cómo escribir ciencia ficción en la Argentina de hoy. Como casi todos los géneros populares en el siglo XX, la ciencia ficción tuvo su edad de oro en la industria de revistas. Mucha de la frescura con la que todavía hoy la leemos se debe al ritmo de las publicaciones, a las exigencias de los editores y de un público ávido de consumir fantasmagorías tecnológicas. Todo eso ya no existe, al menos en esos términos (y entonces, es un problema: bueno, ¿cómo escribimos ciencia ficción desde un mundo totalmente distinto al que le dio origen?).

• Al final del libro, Martín cuenta que el germen de estos cuentos nació durante una experiencia en una revista que fundó con unos amigos. Que se llamaba Palp, así, con a, y que duró pocos números. Eso disparó este libro, lo volvió posible. La revista lo transformó en uno de esos escritores que él admira. Pero en su propio idioma, con sus propias obsesiones. (Me pareció muy interesante eso de “bueno, voy a hacer una revista”, y que en realidad la revista fuera simplemente una excusa para poder escribir).

• Nada de esto explica, sin embargo, la intensidad del último cuento, el que da título al libro, cuya belleza excede cualquier delimitación genérica. Léanlo. Si es posible, muchas veces. Es un cuento que habla sobre la clonación, las corporaciones todopoderosas, especies en extinción y sobre la muerte de un padre. Cuando termina, dan ganas de aplaudir al autor, o de abrazarlo. Pero, sobre todo, de decirle: “muchas gracias”. ♦