En el blog de Eterna Cadencia, 14 de mayo de 2019.
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Autor, entre otros libros, de las novelas Las ostras, Mil surcos y Bares vacíos, su última recopilación de relatos, La música interior de los leones, obtuvo el primer premio de la Fundación El libro este año. «Busco la trama, la sorpresa, los giros argumentales. Me gusta narrar historias, no me interesa ni siquiera el soporte», le dijo en esta conversación a Luciano Lamberti.
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Martín Cristal nació en Córdoba, en 1972. Es autor, entre otros libros, de las novelas Las ostras, Mil surcos, Bares vacíos, de los relatos de Manual de evasiones imposibles y Mapamundi. Relatos y artículos suyos han aparecido en publicaciones como La Tempestad, Playboy (México), La Voz del Interior, Ciudad X, Diccionario o Deodoro (Córdoba). Después de vivir tres años en Buenos Aires y cinco en México DF, actualmente reside de nuevo en Córdoba. Escribe regularmente en el blog El pez volador. En la siguiente entrevista hablamos por Skype de su última recopilación de relatos, La música interior de los leones, que obtuvo el primer premio de la Fundación El Libro este año.
Decís en el libro que estos cuentos surgieron como proyectos para la revista Palp.
Sí, las ideas de los cuentos fueron apuntes que tomé pensando que se iban a ir publicando de a uno, no como conjunto. Cuando arrancamos con Palp estábamos todos muy entusiasmados. La revista parecía cubrir un espacio interesante, algo que mucha gente tenía en la cabeza y nosotros arrancamos. Yo fui el último en incorporarme a la revista con la parte web. Habíamos hablado de editar algunos cuentos nuestros en cada número. En el primer número estábamos Diego Cortés y yo, en el segundo número salieron Guillermo Bawden y Sebastián Pons. Ese entusiasmo me llevó a tomar apuntes en dirección al cruce de géneros.
¿Qué les interesaba del pulp?
A la idea se la llevó Guillermo Bawden a Diego Cortés, buscando recuperar la tradición de aquellas revistas. Después entró Sebastián, que los ordenó un poco, me parece. Y Diego me escribió para pedirme un cuento. Yo ya tenía un cuento escrito, el de un tipo que sueña con un tsunami. Le mandé ese cuento, que ya lo tenía, y ahí se me ocurrió hacer esto del folletín por entregas web. Me pareció que era aggionar el espíritu a los tiempos de hoy. Y ahí salimos con cuatro folletines del género.
Es una tradición que no existía en la Argentina, el pulp. Acá la literatura de género no tenía esa pata comercial y fue mal vista por la academia.
De todas maneras yo creo que en Estados Unidos sí la tenía, y también fue mal vista. No sé si está tan relacionado. El pulp salió en los años veinte, treinta, cuando todo el mundo miraba hacia Faulkner, Joyce, Virginia Woolf. Lo que sí había en la Argentina fueron revistas especializadas en ciencia ficción. El péndulo y la revista que sacó Minotauro.
Pero por ahí no eran tan masivas como la Amazing Stories, por ejemplo.
Sí, bueno, Estados Unidos en general tiene un circuito de publicación y, si querés usar el término «consagración», también, que es distinto, en este sentido. Por ejemplo, fijate que allá los premios más importantes del género son para historias publicadas. Porque en realidad el verdadero desafío es lograr que una publicación periódica te saque un cuento. Entonces un autor groso, como por ejemplo Ken Liu, es un tipo que cuando saca su primer libro ya tiene publicados más de cien cuentos en distintas revistas, y hace una antología; así llega al libro. Incluso algunos cuentos han sido premiados individualmente, como lo mejor del año. O sea que el editor invierte en un autor que ya tiene un nombre, y el público ya lo conoce. Distinto de acá donde un autor tiene que mandar inéditos a un premio para ver si la pega. Es otra cosa.
Me pareció que funcionaba muy bien la muestra de género y el retrato de Córdoba, que es algo que no se ve muy a menudo. No parece haber una tradición fuerte en ese sentido.
Es algo difícil de hacer. No hay una tradición de ese cruce, y no hay sobre qué apoyarse. Yo lo que traté de pensar es que los autores de ciencia ficción que a mí me gustan escriben sin complejos sobre su propio lugar. Entonces yo dije bueno, tendría que escribir desde acá sin complejos. Lo que pasa es que uno tiende a ver a un país como la Argentina y a una ciudad como Córdoba como algo periférico y por ende si la ciencia ficción está relacionada con la tecnología, uno tiende a no creérselo, digamos. Me acuerdo cuando viniste a la feria del libro, decías: la tecnología acá no va a llegar nunca. Y yo te mostraba por la ventana todos los carteles de la telefonía celular, sobre la peatonal. Lo más difícil fue pensar desde dónde narrar esa tecnología. Yo quería que tuviera relación el lugar con lo que quería hacer. Entonces pensé más o menos en tres pilares. El primero es: ¿cómo llegaría la tecnología a un lugar como este? El radio de alcance de la tecnología es la rentabilidad. La tecnología llega a cualquier lugar donde es rentable llevarla. Más importante que describir cómo funcionan los aparatos y las cosas es describir un modelo de negocios, quién gana, por qué. ¿Qué espera la pata local de esa sociedad? ¿Cuáles son las reglas de uso? Todo eso determina un modelo de negocios. Lo otro muy importante es no centrarse en el punto de vista del desarrollador de la tecnología, sino desde el punto de vista del usuario. Porque al estar en una periferia solo tenés ese punto de vista. La tercera pata es pensar a la franquicia como la metástasis del capitalismo. La franquicia es un mecanismo que a vos te trae todo lo que circula por el mundo. Tenés un McDonald’s en la esquina de tu casa porque alguien pensó “con esto me lleno de oro”, y un socio local puso la plata. Incluso podés pensar historias que sean negocios fracasados. Ni siquiera tenés que pensarlo en términos de que el negocio funcione. Entonces con esos tres pilares la cosa se vuelve verosímil.
El gran tema del libro, que subyace a todos los cuentos, es la relación entre capitalismo y tecnología. La narración de las víctimas del capitalismo.
Eso fue saliendo. Quizás esta misma configuración que describía recién tiende a eso. En la presentación del libro, que estuvo a cargo de Sebastián Robles y Elsa Drucaroff, ella decía algo así como que en todos los cuentos aparecía un espacio de resistencia, un lugar donde los personajes dicen que no. Son esas cosas hermosas que pasan en un libro, que no las buscás, pero cuando te las dicen te cuaja.
Eso me hizo acordar a algo que dice Mariana Enríquez sobre el terror: que a veces representa mejor su época que el propio realismo.
Bueno, sí. El realismo busca una representación, de una época, una clase social, y no tiene nada de malo eso. Pero los imaginarios dominantes de una época también dicen algo sustancial, no son una parte menor. El tema del doble en la literatura romántica a comienzos del siglo XIX. La aparición de las distopías después de la Primera Guerra. Los superhéroes justo después del crack del ’29. Esas cosas son parte del imaginario. Entonces cuando al realismo le agregás la metáfora del fantástico, por un lado tenés un movimiento retórico que hace más memorable el discurso, en vez de decir una cosa o tratar de representarla tal cual es. Vos podés contar un conflicto familiar y conmoverme, pero si el protagonista encima se despierta convertido en un bicho, de golpe la historia es más memorable. Esas variaciones son enemigas del aburrimiento, también. Colabora con otra faceta de la literatura que es entretener. Cuando se lo quiere atacar se dice que es solamente literatura de evasión. Pero La metamorfosis no es solo de evasión, y ha elegido una manera de contar que resulta terriblemente memorable.
¿Cuáles son tus autores de género que más visitás?
Te puedo nombrar algunos autores recientes que me impactaron en ese sentido. El primero que me viene a la mente es Ted Chiang. Pero los conocimientos científicos y tecnológicos que tiene me superan ampliamente. Es más científico. Yo no podría hacer lo que hace él. Otro autor que trabaja del lado de la emoción y la compasión humana, haciendo que el personaje tenga mucho peso dentro de la historia, es Ken Liu. Su gran tema es la transculturación. Y lo manifiesta en argumentos que no siempre suceden en el planeta Tierra, y a veces en cuestiones tecnológicas (el paso de ser humano a ser cyborg, por ejemplo). Con él sucede eso que te venía contando: cuando salió su primer libro, ya venía publicando hacía diez años. También tiene una saga de fantasy.
¿Qué es un cuento para vos, cuándo está terminado? Cada cuento de tu libro impone una búsqueda formal propia.
A mí me interesa mucho que la forma y el contenido se acerquen. Entonces es un descubrimiento doble. A veces surge primero la forma y a veces primero la historia. Me interesa que se vayan acercando. En las sucesivas versiones del cuento trato de que la forma sea cada vez más necesaria para él, más imprescindible. Trato de no usar dos veces el mismo mecanismo. Por supuesto que uno tiene recurrencias, pero del lado consciente trato de que no se repita eso. Para mí un cuento tiene que contar una buena historia de la mejor forma posible. Me interesa eso, contar historias. No me interesan los cuentos de atmósfera, no me interesan tanto los cuentos del instante detenido, donde alguien va a la heladera, saca un vaso de agua, lo mira, piensa en su vida, y deja el vaso intacto en la mesada. Ojo, hay escritores que lo hacen muy bien. Pero en general yo lo descarto. Busco la trama, la sorpresa, los giros argumentales. Me gusta narrar historias, no me interesa ni siquiera el soporte.
Son cuentos que por un lado juegan con lo popular, y por otro reclaman como un lector activo, que pueda armar por él mismo la historia.
Sí, eso me gusta. Hay una frase de Borges, la cito de memoria, que habla de la dicha de entender, más grande que la de imaginar o la de sentir. Es lindo cuando uno lee y le cae la ficha. Te muestran un personaje mirando por la ventana y pensando y vos te das cuenta de que el tipo está planeando matar a su mujer. Son instantes de comprensión. El camino de la intriga en un relato es sembrar esos momentos a un ritmo determinado. Vos vas tirando miguitas, más rápido o más lento, según la historia. Hay que preocuparse por que el lector te siga.
Das talleres de lectura. ¿Cómo se trabaja eso?
Funciona como los típicos y habituales clubes de lectura. Tiene un funcionamiento horizontal donde yo actúo como coordinador. Los mismos miembros del grupo traen sus propuestas de lectura. Leemos narrativa contemporánea. Ellos traen propuestas, se las venden a los demás, hacemos una votación y después leemos esos libros a lo largo del año. Charlamos sobre los libros que estamos leyendo. La primera hora consiste en esos comentarios. La otra parte yo trabajo con unas fichas con un multiple choice donde les pregunto qué leyeron, y trato de traerles autores nuevos. Leemos un cuento, lo comentamos, yo les leo qué más publicó el autor, de dónde es, etcétera. Leemos unos seis o siete libros por año y unos veinte autores nuevos. Los que van son gente que abandonó en algún momento la lectura y quiere volver, pero va a una librería y, con la oferta que hay ahora, no sabe qué agarrar. Después hay gente que sencillamente quiere garantizarse en la semana un espacio para la lectura. Se dan cuenta de que leer es cada vez más difícil y que, si no hacen algo así, no leen más. Es un espacio de discusión. Después hay algunos grupos donde yo pongo un tema: por ejemplo, leer a ocho autoras norteamericanas contemporáneas. ♦