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PRESENTACIÓN

Las ostras

—por Diego Vigna—

8ª Feria del Libro «Juan Filloy», Río Cuarto, Argentina, 9 de noviembre de 2012.

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MARTIN-CRISTAL-Las-ostras-(2012)-800pxSiempre tuve la fantasía de pensar a ciertas personas de mi entorno como puntos rojos y titilantes, pululando sobre un mapa. Como en las películas de acción hollywoodenses. Luces que titilan mientras las personas viven y se mueven, mientras cada una despide la temperatura de la vida. Con algún amor frenético me pasó de imaginarme dos luces titilantes (una yo, otra ella), buscando un momento de cercanía en el mapa. Y luego, naturalmente, de lejanía. Digo esto porque la lectura de Las ostras me llevó a reactualizar esa fantasía desde la ficción.

Las ostras es una novela que muestra, en el sentido más transparente de la mostración, cómo se despliega la vida de algunas personas a lo largo de, más o menos, un día y medio. Pero describirla así es por demás insuficiente, porque gran parte del valor del texto no pasa por ofrecer una narración de un recorte del mundo y del tiempo, sino por cómo se lo ofrece: Las ostras es una novela polifónica, ya que son esas “algunas personas” las que nos muestran, casi siempre monologando, cómo pasan las horas bajo una lluvia que nunca cesa. Los protagonistas son dispares y comunes al mismo tiempo: una estudiante de medicina y su hermano baterista; un empresario y su ex mujer, y su nueva mujer joven; un japonés viudo y ermitaño; una pareja como cualquiera que compra una casa buscando cierta prosperidad. Cada cual cuenta su vida y se muestra desde la propia voz: cada uno expone sus recovecos íntimos y su pintura única del mundo a lo largo de diez capítulos.

Esta “sinopsis”, sin embargo, sigue siendo insuficiente, pero como dijo mi querido amigo Pablo Dema en la presentación de la novela en Córdoba, “siempre hay intriga en un relato, siempre hay un adentrarse en algo no sabido de antemano, y el placer de descubrirlo es potestad exclusiva del lector”.

Yo simplemente quiero transmitir, acá, lo que me pasó al leer la novela. Las ostras se ocupa de una de las cuestiones irresolubles, de uno de los combates fundamentales: la soledad. Las ostras puede justificar su existencia sólo con el inventario de escenas excelentes que despliega en cada recorte del tiempo, en espacios precisos; escenas que bastan para que el libro exista (a diferencia de otros libros que ni dándolos vuelta o golpeándolos contra una pared rugosa despiden alguna razón para justificar el uso de la pasta de celulosa). Pero esas escenas son excelentes porque tienen un cimiento de carne, densísimo, en el que los protagonistas sufren pero también buscan la soledad. Frente a la muerte de un cercano, eligen la soledad; frente a la posibilidad de permanecer a la intemperie, eligen el cobijo de la soledad; insertos en el núcleo frustrado de una pareja, eligen la soledad. Personas que hasta contemplan la soledad a partir de los objetos de los otros.

Todos los pasajes del día y medio en que transcurre la historia conforman un inventario de acciones y maniobras que cada persona ejecuta para soportar y a su vez bruñir su soledad.” Diego VignaSegún cómo las voces van detallando cada recorte del mundo, el yo-lector se vuelve testigo de las múltiples formas de aislarse, de relacionarse y de autodestruirse que existen. Todos los pasajes del día y medio en que transcurre la historia conforman un inventario de acciones y maniobras que cada persona ejecuta para soportar y a su vez bruñir su soledad.

Esto suena complejo pensando en la factura del texto, y es así: la forma en que está escrita la novela es tan importante como el derrotero coral de sus protagonistas. La escritura es decisiva por las decisiones tomadas; si hablo por mí, la novela cayó: cayó como una idea que alguien busca desde tiempo antes, como un chasquido en la mente que anuncia un camino allanado, la llegada de una cadencia y de su irrupción en el cuerpo. Creo que uno de los méritos más arriesgados del texto reside en el grado de minuciosidad que alcanza y, a su vez, en cómo despliega su fluidez. El amasado de un tono y su elasticidad: algo que sólo se logra trabajando mucho la escritura. Los que nos dedicamos a esto sabemos que si las decisiones estéticas no hacen migas con la pericia narrativa, todo puede resultar un verdadero desastre.

Y antes de pasar a la otra novela,* quiero rescatar otra de las voces que hablaron sobre Las ostras: la del escritor cordobés Carlos Schilling. Schilling escribió: “En cierto modo la estructura de la novela se sostiene sobre la condición paradójica de las criaturas marinas. Al igual que las ostras, los seres humanos pueden vivir solos y conectados al mismo tiempo, dentro y fuera de sí mismos. Por eso cada uno de los personajes tiene la propiedad de concentrar un universo de posibilidades.”

Esto me interesó porque me hizo pensar en un blog de una investigadora rumana que conocí hace unas semanas; específicamente, en el nombre de su blog. Incluso sin leerlo, me pareció hermoso porque se llama Todas las vidas posibles. La novela de Martín es un franco y admirable movimiento de escritura que abona esta frase; algo que puede sonar abrumador pero que es “asible” en la intención y el resultado del libro. La certeza de que hemos sido forjados sin poder escapar, primero, de una soledad constitutiva, y luego de todos los puntos rojos, titilantes y posibles: las soledades de todos. La certeza, contradictoria y misteriosa, de tener que soportar todas las maneras del vivir, y a su vez de podernos aliviar frente a las infinitas maneras que otros ejecutan, minuto a minuto. Siempre parece haber una salida disponible que nos llega a través de un estado mental. Un pensamiento revelador que, casi siempre, por sí solo basta. ♦

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[*] En Río Cuarto, Las ostras se presentó conjuntamente con Boyando, novela breve de Alberto Rodríguez Maiztegui (Caballo Negro Editora, 2012).